Los jóvenes, fuera de España

Por: Tomás Galván Montañez

Hay datos que por esperados no dejan de sorprender, incluso de horrorizar. Algo así ha pasado con las conclusiones de la última encuesta de población activa (EPA) que arroja la tan estremecedora cifra de 6.202.700 desempleados en nuestro país, tras haberse superado, por primera vez, la barrera de los seis millones de parados. Un nuevo récord que sitúa la tasa en el 27,16%. A finales del 2012 la campaña navideña había dado un respiro y si bien sabíamos que al término de la misma el número se dispararía, la punzada es inevitable. Lo es porque en un año hay un 10% más de parados y parece que la sangría no se detiene sino que aumenta mes a mes, mientras seguimos asistiendo atónitos a un descalabre continuado que, de momento, no tiene control. Al menos, así lo ven los millones de personas que están sin un puesto de trabajo. Para temblar.
Asimilar los datos cuesta y enrabieta, más aún si nos referimos a los jóvenes. El número de menores de 25 años que están sin un puesto de trabajo es ya de 960.000 y el de quienes se van al extranjero, sigue creciendo sin medida. La ministra de empleo, Fátima Báñez, insiste en llamar a esto último “movilidad exterior” en un arrebato premeditado de ingeniería repugnante que es todo eufemismo, delicadeza caduca, calidad dudosa. Supongo que reconocer el fracaso ante la pérdida de personas aptas para hacer grandes cosas por nuestro país no es fácil. Y menos para el orgullo político de quienes se erigen como escuderos de la población. 
Lo estremecedor no es que los jóvenes tengan que irse fuera de nuestras fronteras a buscar un empleo, a demostrar la valía que en España se les restringe; aprender de otras culturas, de otras formas de vivir y trabajar es una buena opción de seguir creciendo y descubriendo, de continuar la formación. Lo realmente triste es que un país como España, que fue cuna de innovación y avances, pierda a los jóvenes preparados y cualificados, que tienen que marcharse más por obligación que por elección. Tener que salir corriendo de aquí es desastroso y perjudicial, aunque se empeñen en hacernos creer lo contrario.

Entretanto, vemos a unos y a otros en sus bancadas, señalándose mutuamente con los dedos manchados mientras España se debilita, al tiempo que nuestro país envejece y el futuro, es decir, los jóvenes, se entregan a contribuir a la historia de otros países porque de España se les echa.

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