Las Mesas, vestida de romería, se ofrece a su patrona

Por: Tomás Galván Montañez

El barrio de Las Mesas recuperó ayer la esencia festiva al son de carretas y gentío en el mes de su patrona, María Auxiliadora. Once años de silencio sustentados por la oración para sobrellevar el mal recuerdo de entonces, cuando todo se esfumó a causa de unas fiestas que de alegres y seguras tuvieron poco.
Lo cierto es que la espera mereció la pena. El corazón palpitaba bajo los chalecos canarios que cubrían a los caballeros y las blusas blancas de encaje típico de las damas del barrio. El cachorro en la cabeza no ladraba, se comportaba tras tiempo en el ropero pero dejaba ver su emoción saltando de júbilo entre ron y aceitunas; el timple en mano empezaba a ser afinado y las voces de las rondallas entonaban las primeras notas. «Estoy contenta, mi niño, por recuperar el encuentro con los vecinos», confesaba una señora bien emocionada al tiempo que se amarraba el pañuelo azul al cuello. «Ya nos tocaba».
Con dos carretas de palmeras y banderas tricolores, buen vino y mejor ambiente. Así arrancaba de la zona más alta del barrio la romería-ofrenda que llegaría a la plaza, donde la virgen aguardaba sobre su recién estrenado trono. Al ritmo de isas y malagueñas, de palmas y faldas jadeantes que acompañaban cada cada nota musical, la comitiva bajaba la calle entre cámaras de foto y vecinos asombrados. «Qué tenderete, qué tenderete, ay, María, se armó», cantaba una de las agrupaciones sembrando la juerga de antaño por el asfalto.
No eran aún las ocho de la tarde cuando se asomó por la esquina del parque la tropa canaria envuelta en calor humano. La plaza estaba pintada de algunos otros vecinos y foráneos que habían preferido esperar la llegada del cortejo. Al lado del escenario, alumbrada por la tenue luz de una farola lateral, estaba ella, exultante y pletórica. María Auxiliadora había salido de la Iglesia para ser ofrendada por su gente, quienes depositaban ante su trono de madera y telas cestas con alimentos no perecederos; locales de la zona y la asociación de vecinos también aportaron importantes cantidades de comida para Cáritas parroquial.
Sobre las maderas desgatadas del escenario, las rondallas desplegaban su cancionero isleño y ante él un gran grupo de baile improvisado dejaba ver su hasta el momento reprimidas ganas de danzar. «¡Qué momentazo!», gritaba un satisfecho lugareño. Lo era, sin duda alguna, porque hasta comida sacaron para reponer fuerzas y seguir bailando: papas arrugadas, croquetas o tortilla fueron algunas de las tapas que se pudieron degustar.
Una de las características de la romería de este cada vez más céntrico barrio, es la tradicional bendición de las galletas «María Auxiliadora», las cuales se repartieron entre los presentes. «Si son bendecidas sí cojo una», decía entre risas una simpática típica canaria mientras tomaba de una cesta de mimbre un par de galletas. Y salió a bailar.

Una buena tarde noche. Un admirable tinglado canario organizado por la aún novata pero profesional comisión de fiestas, que había estado tejiendo desde meses antes cada paso bajo la hilera de banderas que surcaba las calles. El que había sido un amenazador cielo encapotado acompañó sin titubeos y los vecinos respondieron con el corazón contento y agradecido. Tanto como su patrona, cuya imagen volvió a vibrar con el taconeo ferviente de unos romeros que anhelaban un encuentro así con la reina del barrio. Los vecinos lo merecían y su patrona, también.

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