María Auxiliadora bendice a su paso las calles de Las Mesas

Por: Tomás Galván Montañez

En la tarde noche del viernes el cielo y la Tierra latieron al compás de un sentimiento sublime. Al menos esto es lo que no han dejado de repetir los vecinos del barrio de Las Mesas, que han visto como la flamante luna que coronaba las nubes se rendía a las plantas de su patrona María Auxiliadora; el astro le cedía el protagonismo a ella, elegante y genuina en el andar, tierna y dulce en la mirada de madre cuya existencia siempre cautiva.
Los pasos marcados de unos improvisados costaleros elevaron a las alturas la Santa Imagen, situada sobre un trono embarnizado y escondido entre gladiolos y eucalipto. Baile limpio, bien trazado y de extraordinaria belleza para sacar de la pequeña iglesia amarilla a la reina. «¡Viva María Auxiliadora», clamó un espontaneo precediendo el inicio de la marcha procesional. Acordes de la banda de música. Más aplausos engalanando la salida.
Pasaban las ocho de la noche cuando la Virgen empezó a bendecir las calles del barrio mientras iba dejando una estela de lágrimas y pétalos de rosa desvanecidos del trono. Encabezando el cortejo, el estandarte celeste sujetado por un tropel de niños que este año hicieron la primera comunión, sus padres y abuelos. Alrededor de la Virgen, vecinos reflexivos, a veces charlatanes pero siempre respetuosos. Los momentos de silencio, escasos, eran rellenos por las tracas y los fuegos que se lanzaban desde alguna casa. Las banderas temblaban al paso procesional.
La noche caía. El manto negruzco del cielo se tiznaba de los tonos azules y rosas de María Auxiliadora, que seguía con paso firme para subir la cuesta que lleva a la iglesia. Dos horas en las calles de su barrio, junto a su gente, que finalizaron con un admirable espectáculo pirotécnico que tiñó de alegría la oscuridad del infinito y el cual fue correspondido con unos aplausos intensos. Aún con los ecos del bullicio, la Virgen se resistía a regresar al templo, y tras saludar a sus fieles, entró coronada en fervor y en más aplausos.
Los vecinos acabaron el día de la misma forma en que lo iniciaron a las seis de la mañana con el Rosario de la Aurora: clavando sus miradas en los ojos de una madre celestial que siempre auxilia. Que siempre cubre con su manto.

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