Al filo de la recuperación

Por Antonio Domínguez
Puede que recuerden aquello que una vez dijo cierto alcalde y que yo, con cierta astucia –o eso quiero creer– decidí compartir con quien tenga a bien leerme: “San Lorenzo fue muy generoso anexionándose a Las Palmas!”. Empezaremos hoy reflexionando un poco sobre esa nocivas y venenosa sentencia.

El poder de tergiversación de los hechos que tienen esas palabras solo tiene parangón en la gravedad de los mismos. Sirva como ejemplo el suceso que tuvo lugar hace ya tiempo, en el que un pobre bebé fue asesinado a base de patadas y pisotones cuando, durante una operación en la que las brigadas arrastraron a su forzudo padre sin miramientos, el cajón de coñac en el que dormía la criatura fue volcado. Las brigadas sanlorencinas se llevaron al pobre diablo al amanecer y ya nunca se supo nada más de él, de modo que una pobre madre y mujer perdió a su bebé y a su marido de un plumazo. ¡¿Qué Apocalipsis de San Juan le hace sombra a un dolor tan horrible?! Y es que se anteponen la irracionalidad y la tremenda irresponsabilidad del gobierno ilegal de una empresa pública –con un valor añadido tremendo tras la usurpación que tuvo lugar a posteriori– a la lucidez histórica de unos hechos universalizados por la virtud moral de la vergüenza mundial. ¿Es que acaso no son conscientes del rugido del influyente e imbatible motor que alarga la vida del entuerto y de todos sus disparates?

En cuanto al análisis psicológico de los causantes de este despropósito, es más que probable que en su mayoría sean politiquillos caciquiles que se mueven en los parámetros mediocres y simplones del púlpito, la sacristía y el campanario. En manos de esa gente depositó la dictadura su territorio y también el ajeno, y esperamos que, algún día, por fin la democracia arribe a nuestro municipio y satisfaga nuestra ansia y sed de honradez, aunque tengamos que servirnos a buen seguro de la justicia extranjera. Eso nos aliviará, al menos, de las corrupciones de la Guerra, ¡que ya va siendo hora! Porque, si bien no debemos olvidar que la susodicha ya tiene más de cuarenta años de vida, en lo que respecta a lo nuestro la dignidad sigue montada sobre el filo de un cuchillo y amenaza con desaparecer en lo más hondo de algún profundo valle de sombras.

Volviendo a la democracia, actualmente se teoriza sobre las posibilidades de unión de algunos ayuntamientos de España –para nuestra desgracia, el chiflado alcalde viajero Jerónimo, que trató el asunto en el marco de las Islas Canarias, considera que todo se puede arreglar al estilo de Gran Canaria: con una medalla de treinta euros–, así como sobre la idea de fragmentar otros tantos o de legislar específicamente para ellos; lo que daría pie a una mejor consideración de los municipios turísticos, singulares gracias a su alto valor estratégico. Este tipo de acciones no contradicen la Constitución, pero se diferencian del caso concreto de San Lorenzo en que nada de todo eso se hacía como se hacía antes: sembrando cadáveres, desenfundando pistolas y portando cuchillos afilados. No, más bien se hace a plena luz del día, con testigos y siempre según la conformidad de todas las partes, legal y debidamente compensadas si tuviera lugar alguna irregularidad. En otras palabras, tomando las leyes como referencia para que todos los participantes estén de acuerdo con lo pactado.

Los de abajo, sin embargo, son tan torpes que ni siquiera tienen capacidad para dialogar sobre posibles soluciones y abrir una puerta a la negociación. Se limitan a imponernos otra medalla, un reconocimiento tangible de su delito, y, cuando reciben las primeras andanadas –nuestras andanadas–, responden con una nueva remesa de bombas que se suman a los fuegos de San Lorenzo. De ese modo, con baratijas semejantes, esperan comprar nuestras voluntades pobres, viejas y religiosas; y de pobres diablos mentalmente débiles está el mundo lleno, nuestro hogar no iba a ser una excepción. Todo esto que estamos diciendo no es políticamente correcto, lo sabemos; ni siquiera entre la mayoría de nuestros vecinos, pues el hombre no instruido tiene dependencia emocional de las cosas que ocurren a su alrededor y las verdades bien expresadas lo afectan anímicamente. Ya lo dijo Schopenhauer, que ese tipo de hombre moldea a su imagen y semejanza demonios, dioses y santos que exigen a cada momento sacrificios, rezos, votos, ornamentos y otras salvajadas.

En él, en el hombre no instruido, la ficción se mezcla con la realidad y la primera oscurece la segunda. Si esas fábulas se le graban en la cabeza a temprana edad, se convierten en pilares de su moralidad, esoterismo puro y puro del que se sirven luego los tecnócratas oportunistas del ayuntamiento de abajo junto con centenares de kilos de pólvora. Contra eso no se puede luchar. Y a cualquier persona de aquí que haya conseguido desprenderse de ese miedo supersticioso y ridículo al Diablo gracias a la educación y la formación recibidas, se le envenena la sangre ante esas acciones traicioneras y desvergonzadas, las de unos abusadores que todavía echan sal a la gran herida abierta que aún padece nuestro Excelentísimo Ayuntamiento. Se aprovechan del miedo a lo desconocido de las pobres víctimas, que perciben la realidad a través de las enseñanzas de un solo libro; y mal escrito, por cierto.

Mi conclusión de hoy es que no hay nada más terrible y manipulable que el miedo. El miedo mueve a las masas, que, atrapadas por la vorágine, son capaces de escuchar al mismo Satanás si les promete oro y salvación. Eso es justo lo que está pasando y seguirá pasando.

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