Cosas peores no se han visto

Por Antonio Domínguez
Muchos dicen que las injusticias que se comenten son obra de aquellos que hablan demasiado y manipulan aún más. Pocos saben que el Excelentísimo Ayuntamiento ha sido denostado, en primer lugar, por el silencio. Ahora veremos por qué, pues es la reflexión con la que inauguro el alegato de hoy.

El silencio es estruendoso cuando no se justifica aquello que ha sido silenciado. Su influencia maléfica es inconmensurable, y debería afectarlos más a ellos que a nosotros. Porque no cesamos de pegar piñas a un saco que acabará destrozado antes de que la Justicia tenga tiempo de hacer algo, es evidente. Por tanto, y previendo un desenlace tan catastrófico para ambas partes, no es lógico ni natural que esta gente no recapitule ni saque con discreta timidez, al menos, una bandera crema, por si el orgullo les impide sacar la blanca. Quién sabe, a lo mejor sí que cuela ese intento de no precipitar un final en el que sin duda perderán su botín. Es más, puesto que nosotros somos humildes, les dejaremos conservar el cofre vacío como recuerdo del tesoro del que han hecho gala ilegalmente todos estos años desde la protección de cualquier sistema judicial. Esa calamidad a la que llaman Justicia no la resiste ni la más modesta de las tribus. ¿Compró las carreras en Etiopía esa gran comparsa de leguleyos? ¿Seguiremos creyendo en ese valor corrupto mientras dure el tic tac del reloj que no descansa nunca? ¿Alcanzará este delito los cien años al ritmo de ese reloj? Todo es posible pero, cosas peores no se han visto.

Me da a mí que por allí todavía quedan periodistas, curas y funcionarios –con y sin pistolas– que vivían mejor con Pancho Guerra durante el apogeo de su gloria, lo mismo que ocurría con el glorioso movimiento nacional; y esperan, sin saber muy bien a qué, mientras aconsejan a aquel que sabe mucho que finja saber muy poco. Esto podría ser bueno si se recorre el laberinto del conocimiento en el momento necesario, pero en ocasiones basta con el primer saber que se les viene a la cabeza y es ese el que se rifan, aunque no encaje con la situación ni tenga calidad en sí mismo. Como el saber erróneo del que hace uso el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, que, siendo un proyecto a perpetuidad –como cualquier institución–, debería analizar un poco mejor su causa particular para corroborar que está realmente limpia. En resumidas cuentas, habría que elaborar un profundo y detallado estudio filosófico sobre ella para descubrir si los de ahora son o no la causa misma del mal causado.

Porque quizá sea el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria aquel al que con más razón podemos atribuir una falta enorme de rigor histórico. Es difícil encontrar otra institución que haga un alarde de desinterés histórico y geográfico de tal magnitud y que, en lugar de fomentar dicha historia en su totalidad, elija huir para no sacar a la luz ese borrón de ochenta años en blanco. Como mucho, la fomentan un poco los de abajo a base de imponer medallas y destinar sin disimulo toneladas de pólvora a San Lorenzo. Y es que quieren pegar fuego a esas dos palabras, San Lorenzo, deleznando todo lo que significan y representan desde el subjetivismo más cruel, superficial y aborrecible de su propia historia tergiversada, que solo sería legítima si se dignaran de una vez por todas a afrontar cabalmente la realidad de los hechos del pasado y sus ineludibles consecuencias; y todo ello desde la legalidad de una mesa de negociación. Para los que sabemos la verdad, y para todos aquellos que se van enterando de ella progresivamente, no es nada agradable ver a los de abajo ocultar tal magnicidio y hacer como que no ha pasado nada.

Todo esto tiene que haber generado en los de abajo una conciencia colectiva de ansiedad y miedo al pasado que parasita en su ya de por sí habitual estupidez patológica; y quizá en ese pasado alcancen a vislumbrar una esperanza que, por su condición de ilusoria, es cretina y traicionera. Intentan ignorar ese miedo al propio miedo, les horroriza mancharse las manos con la basura generada por otros tiempo atrás y tienen fe en un futuro que les ofrezca redención, ignorando así las palabras de Maquiavelo: ninguna confrontación se evita aplazándola. Si todavía aguardan convencidos a ese redentor, les adelantamos que sera tan oscuro como Antonio Molina trabajando en el carbón.

En otro artículo hablé del poder manipulador que tienen unos pocos con el miedo a, y de las masas, pero ¿y el miedo de los propios burros que ejercen de gobernantes y líderes? Es más peligroso. Hoy acabaré reflexionando que el miedo invita a lavarse las manos a quien ejerce el poder.

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