Del subsuelo majorero y del de sus aguas, incógnita ¡total!

Por Antonio Domínguez
¿Qué es lo que hay en el subsuelo de Fuerteventura y en el de su plataforma costera para que haya llegado allí el delirio conservacionista, cuando ya no quedan ni tarajales? Protegiendo el suelo empezaron en Gran Canaria y ya no quedan “en esos altos de Jalisco” sino seis viejos, dos ovejeros, 9 perros, cuatro nostálgicos, tres rebeldes que dicen que de allí los sacan “con las patas pá lantre”, ¡y así se hará!, que no se preocupen. Todos los “dueños” de minifundios también están domingoando por allí dos o tres veces al año a ver como llevan las zarzas de evolucionado su milagro. Creyendo ¡ignorantes! que aun son dueños de lo que no les comprará nadie, ni por una peseta, porque sabe que al igual que el otro no podrá mover absolutamente nada, en lo que de suyo es ya del cabildo, o de la Magdalena Europa: de cualquiera menos de los que ¡fueron! sus legítimos dueños. Expulsados por unas circunstancias hábiles e impecablemente fabricadas por tecnología sociológica, orientada y dirigida pacienciosamente a fin de conglomerar a la gente en las costas, e irse quedando con sus campos sin gastarse una perra, o sea, sin indemnizar a nadie.
Fuerteventura no tiene vegetación válida para imponer multas asombrosas, que puedan mandar para el otro mundo; por lo que no es mucho suponer que la opresión que sigue a los parques nacionales será desplegar a ecologistas y homónimos supuestamente, para que telefoneen, y, ¡¡ni se le ocurra tomar “prestados” media docena de baldes de arena del desierto de Corralejo!! Por muy grande que sea el lejío, ¡le trincarán, seguro! Bien “el funcionario”, bien su propio paisano que anda por allí escondido defecando y jalará por el móvil. Le cogerán con las manos en la arena.  Si usted es conocedor de la cuantía de esas multas; desde que se vea cogido le entrará un susto cochino, ¡tan grande! que le garantizo que antes de cinco minutos se quedará usted como Yul Brinner: se le caerá el pelo del sopetón. Y ¡cómo no!, también se podrán meter cuando vean construyendo un palomar en azotea, cuarto pileta, caseta de perro en solar adyacente; o que le “pesquen” entrando en su casa un par de sacos de cemento, seis de arena y una docena de bloques para un tabique o poyo de cocina. ¡Esa presión es terrible! Le caerá encima la autoridad y se asombrará el pueblo de cómo es posible lo prestos que andan y que no escape nadie aun por muy a escondidas y por cuanto celo se ponga en hacer algo que ni a su mujer le dice para mayor seguridad. No olvidemos -porque también juegan aquí un papel rastrero, funesto e hipócrita- a los vecinos envidiosos, de mano liviana al teléfono para “asesinar” traidoramente la más mínima iniciativa: como ha pasado y pasa en nuestros “altos de Jalisco” aquí en Gran Canaria.
Les compadezco mis queridos hermanos majoreros. Ya les empezó ahí el cha cha chá cachondeo. Ya tienen ahí la descomunal serpiente constrictora de los parques protegidos, que ya empezó a apretar y constreñir y seguirá apretando más y más y no estará conforme hasta que les reviente; mientras sienta el más mínimo hálito de vida, en libertad u oportunidad económica. Olvídense definitivamente de los molinos, de las gavias, de los burros, de los camellos y de las cabras. ¡¡OH!!, Fuerteventura que fuiste el granero de las siete islas canarias, ¡cómo te destruirán para siempre los sentimientos más caros al corazón! Te pondrán a montones hortalizas en los mercadillos domingueros -producidas en Almería- y te dirán que son de tu tierra; y tú, ¿te lo creerás?

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