El coche particular en Gran Canaria
Por Luis C. García Correa y Gómez.
Gastar millones, para que un coche llegue cinco minutos o apenas unos minutos antes, me parece un dislate. Y no sólo porque haya otras necesidades más urgentes y necesarias, sino porque me parece un gasto contra natura. Deshacer el paisaje; romper la ecología; contribuir al cambio climático; quitar belleza necesaria ya son razones suficientes, a mí entender, para no destruirlas con puentes y carreteras para lo dicho, acortar la distancia en 5 minutos. En más o en menos.
Deberíamos borrar el deseo, que en algunos parece imperioso, de tener un coche. Salvo los que realmente lo necesitan como herramienta para vivir, porque haría un servicio público.
El coche debería servir para cubrir una necesidad ineludible, jamás para ser usado sustituyendo a los transportes públicos. Tenemos que cambiar el chip, así lo creo. El coche es un estorbo y una carga. Buscar aparcamiento, reparaciones, seguros, puntos, mantenerlo etc. etc. Es, además, de las peores inversiones que se puede hacer, y uno de los gastos importantes en la familia.
Claro, para ello tenemos que dar todas las facilidades municipales para que exista un transporte público cómodo, rápido y barato.
Desde los años setenta vengo insistiendo y lo repito: hacer unos grandes aparcamientos alrededor de la ciudad, vigilados y gratis, en los que los ciudadanos dejamos el coche y cogemos la guagua. Al haber pocos coches circulando, la guagua haría el recorrido en la mitad del tiempo actual.
El sistema tendría otras muchas ventajas.Por supuesto, el que quisiera circular lo podría hacer pagando un canon, por ejemplo, el coste mínimo del valor de un taxi de un extremo a otro de la ciudad. Este dinero se destinaría al transporte público bueno, bonito y barato. Tenemos que buscar el sustituto del coche en la vida familiar, social, de distracción, incluso, si se puede, hasta en el trabajo. La ciudad sería más habitable. Habría menos accidentes.Los ciudadanos nos volveríamos más felices y más ricos. Ahorraríamos, para gastarlo en la familia o en aficiones. Contaminaríamos menos, consumiríamos menos petróleo.Nos veríamos más y nos podríamos saludar a diario. Podríamos volver a conocernos. Seríamos ciudadanos de una ciudad saludable. Nuestra ciudad sería un ejemplo para el resto del mundo materializado y obtuso.Volveríamos a tener una ciudad digna del mayor encomio por la grandeza de sus habitantes.
Prolongaríamos la vida y con más calidad, y la llenaríamos del sano orgullo de hacer y luchar por el bien de los demás, que es el mío propio.Y así podría seguir enumerando todas las ventajas que todos conocemos, pero que las obviamos. Ahora, de nosotros depende.
Gastar millones, para que un coche llegue cinco minutos o apenas unos minutos antes, me parece un dislate. Y no sólo porque haya otras necesidades más urgentes y necesarias, sino porque me parece un gasto contra natura. Deshacer el paisaje; romper la ecología; contribuir al cambio climático; quitar belleza necesaria ya son razones suficientes, a mí entender, para no destruirlas con puentes y carreteras para lo dicho, acortar la distancia en 5 minutos. En más o en menos.
Deberíamos borrar el deseo, que en algunos parece imperioso, de tener un coche. Salvo los que realmente lo necesitan como herramienta para vivir, porque haría un servicio público.
El coche debería servir para cubrir una necesidad ineludible, jamás para ser usado sustituyendo a los transportes públicos. Tenemos que cambiar el chip, así lo creo. El coche es un estorbo y una carga. Buscar aparcamiento, reparaciones, seguros, puntos, mantenerlo etc. etc. Es, además, de las peores inversiones que se puede hacer, y uno de los gastos importantes en la familia.
Claro, para ello tenemos que dar todas las facilidades municipales para que exista un transporte público cómodo, rápido y barato.
Desde los años setenta vengo insistiendo y lo repito: hacer unos grandes aparcamientos alrededor de la ciudad, vigilados y gratis, en los que los ciudadanos dejamos el coche y cogemos la guagua. Al haber pocos coches circulando, la guagua haría el recorrido en la mitad del tiempo actual.
El sistema tendría otras muchas ventajas.Por supuesto, el que quisiera circular lo podría hacer pagando un canon, por ejemplo, el coste mínimo del valor de un taxi de un extremo a otro de la ciudad. Este dinero se destinaría al transporte público bueno, bonito y barato. Tenemos que buscar el sustituto del coche en la vida familiar, social, de distracción, incluso, si se puede, hasta en el trabajo. La ciudad sería más habitable. Habría menos accidentes.Los ciudadanos nos volveríamos más felices y más ricos. Ahorraríamos, para gastarlo en la familia o en aficiones. Contaminaríamos menos, consumiríamos menos petróleo.Nos veríamos más y nos podríamos saludar a diario. Podríamos volver a conocernos. Seríamos ciudadanos de una ciudad saludable. Nuestra ciudad sería un ejemplo para el resto del mundo materializado y obtuso.Volveríamos a tener una ciudad digna del mayor encomio por la grandeza de sus habitantes.
Prolongaríamos la vida y con más calidad, y la llenaríamos del sano orgullo de hacer y luchar por el bien de los demás, que es el mío propio.Y así podría seguir enumerando todas las ventajas que todos conocemos, pero que las obviamos. Ahora, de nosotros depende.
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j.m calderin