¿Por qué condenamos en el nombre de Jesús?

POr: Sergio Naranjo

Llevo años, lo menos un cuarto de siglo, leyendo las cartas, de allí o para allá, que escribe Jesús Vega. Siempre me ha gustado leerlas porque son una motivación a pensar, algo que incita a la reflexión. Hace poco se publicó aquí una de ellas, que tituló “La homilía del domingo”, donde expone un punto de vista humilde, plural y abierto de un tema especialmente escabroso.

De los varios pasajes hermosos que se contienen en las cuatro versiones del Evangelio, uno de los mayores es aquel de Jn 8, 3-11 en el que la sociedad perfecta quiere condenar a una persona con sus leyes, cumpliéndolas y haciéndolas cumplir. Pero en toda ley hay una trampa, que cada cual interpreta a su conveniencia. Y de ningún pecado está nadie exento. Es, por tanto, muy difícil hacer juicios, más todavía prejuicios.

Fijémonos en la propuesta: Una ley, un delito, un castigo. En principio todo es justo.

Fijémonos en la respuesta: Yo no te condeno (vete en paz), pero tú no eres inocente (no peques más).

En esta sociedad maximalista, del blanco o negro, izquierda o derecha, aquí o allí, nos arrogamos la potestad de condenar, no ya de enjuiciar, que eso parece que está sobre entendido, y lo hacemos según “nuestras” ideas. No nos paramos a pensar en la otra persona, en el prójimo, en el cercano. Nos decimos progresistas, modernos, avanzados... y no somos más que simples fariseos, escribas de una moral ausente, de una ternura inexistente.

La justa medida, el término medio, el equilibrio, están ahora más lejos que nunca. Y Suso Vega ha vuelto a soltar un aldabonazo con un teclado, con unas letras, en una carta. Me ha conmovido más que cualquiera de estos cantamañanas mediocres, idiotas, inanes, que se creen en posesión de verdades que nunca se han demostrado.

Permíteme la pedantería, reverendo, de no felicitarte a ti por escribir, sino a mí por leerte.