Carta al Viento: La Letra...con Música entra

Por: Jesús Vega Mesa
Aunque ustedes me ven así, con este pelo blanco, no se crean, yo también fui niño y estuve en la escuela de párvulos que así se decía entonces. Mi maestra se llamaba Doña Concha. Era una mujer flaca, bondadosa, con mucho humor y mucha seriedad, que todo puede compaginarse. Las primeras cosas que aprendí, las aprendí… cantando. La tabla de multiplicar, el padrenuestro, los límites de España o las provincias de Andalucía. Algunos maestros de aquella época usaban mucho la regla, no tanto para medir como para reprender dando con fuerza en d en la palma de la mano. Creían, con la mejor voluntad del mundo, en aquel adagio de que “la letra con sangre entra”. No recuerdo a Doña Concha usando ese método. Su regla era sonreír y cantar. Y aquellas cosas que aprendí cantando nunca más las he olvidado. 
Hace unos días se celebró en Gran Canaria el Primer Encuentro de Coros Parroquiales. Me llamó la atención que buena parte de los componentes de los coros participantes eran gente muy joven. Chicos y chicas de 15, 17 o 19 años cantando al Espíritu Santo, al amor fraterno, a Jesús, a María, a la solidaridad… Jóvenes y adultos que, con la canción, están aprendiendo el evangelio y animando, seguro, su propia fe y la de los demás.
Pasaron ya los tiempos en los que las cosas había que hacerlas a la fuerza. Con palo, con sangre. Pasaron los tiempos en los que se iba a misa el domingo “por obligación” o se aprendían de memoria los ríos de España, los reyes godos, y las diferentes fórmulas matemáticas sin otro aliciente ni razón que evitar el castigo físico.
¡Con lo hermoso y saludable que es cantar! He visto partidos de fútbol donde no se canta. Y cuando no se canta, resulta fácil insultar. También he visto misas muy solemnes donde nadie canta o sólo canta un coro solitario. Y cuando no se canta, resulta fácil bostezar.
Lo escuché el otro día a los organizadores del Encuentro de Coros parroquiales: Los coros no pueden suplantar a la asamblea. Tienen que animar a que toda la comunidad cante. Es un servicio, no un privilegio. Y por eso hay que repetir mucho las canciones, elegir melodías fáciles y evitar los protagonismos de un cantor o una coral. Un coro por sí solo no soluciona el canto en la liturgia. Es más, el coro que lo canta todo, que se hace protagonista, que canta habitualmente lo que el pueblo no sabe, perjudica la acción litúrgica. La finalidad del coro es apoyar y animar el canto de todos.
Ocurre lo mismo en otros terrenos. El presidente del gobierno o el alcalde o el obispo no pueden ser la única voz. Aunque el pueblo desafine, hay que permitir que se oigan todas las voces. Todo el mundo tiene que cantar. No interesa un país en donde la letra y la música la ponga una sola persona o un solo grupo o una sola forma de pensar. La riqueza está en la variedad de estilos, ideas y voces. Los coros parroquiales, como los gobiernos, deben animar a que todo el mundo participe.
Con Doña Concha me resultó fácil. Y es que las cosas más difíciles pueden aprenderse cantando y con alegría.
Porque, efectivamente, la letra… con música entra.

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