La Palabra

Por Luis C. García Correa
La palabra es uno de los mayores y más preciados dones del que disponemos los humanos. Lo hemos recibido de Padre Dios. Hemos de administrarlo correctamente.
Nos permite comunicarnos, lo cual es una necesidad que todos los hombres y todas las mujeres sentimos. ¡Cuánto bien podemos hacer con la palabra!
Hablemos siempre cordialmente de todas las personas y de todas las cosas. Incluso cuando tengamos obligación de explicar o de aclarar sucesos desagradables.
La palabra es el gran medio para consolar al triste, al que sufre, al que necesita consejo. Sin palabra no es posible enseñar ni educar.
La Sagrada Escritura afirma que "la lengua del sabio cura las heridas”.
Las conversaciones constructivas nos enriquecen.
La palabra es el vehículo del aliento, de la alegría, de la paz, de la tranquilidad. Sin la comunicación no podríamos dar ni recibir estos bienes.
No usar la palabra con frivolidad, menos aún en temas de trascendencia.
Emplearla para manifestar los altos pensamientos del amor, de la amistad, de la familia, de la relación interpersonal. 
Jamás para faltar a la verdad, a la caridad, o para ofender.
Recordemos las palabras del Apóstol Santiago “la lengua se puede convertir un mundo de iniquidad”.
Con ella podemos hacer mucho daño. También con ella podemos hacer mucho bien.
¡Cuántos amores rotos, cuántas amistades perdidas, por no haber callado en el momento oportuno!
Nuestro Señor Jesucristo dio mucha importancia a la palabra:”Yo os digo que de cualquier palabra ociosa que hablen los hombres han de dar cuenta en el día del juicio”.
La palabra es ociosa cuando no aprovecha al que la dice ni al que la oye. Suele proceder de personas vacías interiormente, puede que hasta empobrecidas.
Si un creyente actúa así, es síntoma de tibieza, de falta de valor y de poco contenido.
Se nos pedirán cuenta de las conversaciones inútiles, de aquellas con las que pudimos hacer algo bueno y no lo hicimos.
De la murmuración, del chisme y de cualquier enredo. ¡Y no digamos de la calumnia!
Si no hay una educación en valores, éticos o religiosos, es difícil controlar la palabra ociosa. Controlar la lengua.
La presencia de Padre Dios en los creyentes y la de valores en los no creyentes son un freno para la mala palabra.
Ojalá nos recuerden de esta manera: nunca habló mal de nadie; no se le escuchó una palabra malsonante; pasó por la vida diciendo, haciendo y hablando del bien.
Por eso me gusta que el saludo -el primer acto de comunicación-sea educado y afectivo. A partir de ahí, la conversación puede ser respetuosa, agradable, grata. Y con ella, la relación humana.
¡Qué alegría verle o verte y poderle saludar!

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