La letra con sangre entra.

Por Pedro Domínguez
En el siglo pasado, unos cincuenta años ha, había un dicho popular: “La letra con sangre entra”. Aquí, en la montañeta de este digno y señorial pueblo de Tamaraceite, en el que las puertas de las casas, cuevas y algunas casonas permanecían abiertas todo el día, solo se cerraban para evitar el frio o “los polvos del siroco de África “; tierra de arena molida, que en millones de años se ha mezclado con el picón, formando el manto de labranza  y vegetación autóctona de nuestro archipielago… Un chiquillo que ya de mayor acabó loco, que inventó que poniéndose un pelo de caballo en la mano, adherido con su propia saliva, la palmeta de el maestro se partía y el muy iluso hacía por donde, buscando el castigo, para mostrarnos su descubrimiento. Nosotros, por aquellos tiempos, almas tiernas, sin el recurso de la cruda realidad, en experimentadas vivencias, veíamos con sorpresa como la palmeta pulsada con rabia por el odioso odio de la posguerra restrellaba y no se rompía en la inocente mano. Que después de adulto criminalizó su destino. Ahora que lo pienso ¿Cómo cogería  los pelos de rabo de caballo, si aquí en la “Montañeta”, si acaso había cuadrúpedo  era el burro de Jota  Jota?.

 Había otro chiquillo que no podía aprender el alfabeto y a toda letra que el maestro le señalaba, decía la criatura con terror y  con voz aflautada: ¡Aaaaa! mirando de reojo la mano amenazante hacia su “totizo“, el maestro decía: ¡Uuuuu! con un manotazo que con el cuerpo del niño se llevaba varias sillas por delante.  

Esta entradilla, quizás larga, es para argumentar que en estas nuevas generaciones donde la preparación académica sobra sentada esperando una oportunidad de trabajo, se ha puesto de moda educar en base a las frustraciones de los padres y con otra crueldad educativa más “civilizada”, tratan de imponer a sus hijos ballet, fútbol, cantos, música y tantas aficiones lúdicas que en la mayoría de los casos les lastran con los primeros fracasos. Tan nefastos son los errores en educación, que se notan en el semblante de los adultos. No hay nadie que se pueda sobreponer a una educación desafortunada…

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