¿Por qué se avergüenza la cultura de su orígen popular?

Por Antonio Domínguez
Cuando un país degenera, empieza por distorsionar el sentido de la ciencia y, con él, el de las academias y sus académicos, emblemas del “conocimiento”. Un ejemplo apabullante es la lingüística, pues cada día se embrolla más el idioma con modismos insoportables y el concepto pierde fuerza incluso ante los inoperantes ojos de sus eruditos. En consecuencia, los Aranguren, que no tienen recambio, son sustituidos por ilusos Pérez Reverte.
Hoy, desarmaremos pieza a pieza el concepto de “cultura”, pero para ello es necesario saber antes qué es “cultura”. Algunos destrozan tanto el término que después ya no se puede recomponer, tirando de él hasta que en sus manos solo queda una masa uniforme de ideas difusas y contradictorias, así como la creencia de que cualquier posible error que cometan con respecto a la cultura es, en realidad, carencia de instrucción.
Y es que se mezclan churras con merinas, pues la semántica de los conceptos pares “educación” y “sabiduría” se confunde con la de “ilustración” y “academicismo”, una pareja en apariencia similar a la otra pero en realidad, muy diferente. Ahora veremos por qué.
La cultura, siendo propiedad por derecho del pueblo, no puede ser docta, porque eso implica acudir a la universidad; y todos sabemos que solo el grupo social privilegiado puede permitírselo. No puede ser ilustrada por lo mismo y no puede ser academicista por lo mismo. Sí, un instruido puede ser culto, pero no necesariamente; y el mayor logro que puede alcanzar el culto “de ciudad” – es decir, aquél que no vive en la selva- es el de convertirse en “sabio civilizado”. Y, ¡ojo!, siempre dentro de los límites de su propia cultura y sin injerencias de otra extraña. A este conocimiento añadido también se lo suele llamar “instrucción”, y, si de algo se nutre la universidad, es de instrucciones universales.
Tampoco se puede circunscribir el concepto de “cultura” a machangadas tales como cualquier ruido que emite un timple, los guineos de los cantautores o, en definitiva, todo lo que se puede contemplar desde una butaca. Ni siquiera a la lectura o la escritura. Si consideramos culto cualquier tipo de ocio y espectáculo, así como cultísimo al hombre o a la mujer de treinta carreras, ¿qué vocablo nos queda para referirn os a todas las demás ocupaciones que lleva a cabo un pueblo a diario?, ¿cotidianidad? ¡No!.
Porque les adelanto lo siguiente: la costumbre, en toda su dimensión repetitiva y monótona, desde la tontería más significante hasta la expresión más enorme y magnífica, es un ingrediente de ese zumo natural que es, o que debería ser, la cultura; y esta afirmación es válida tanto para nuestra herencia cultural grecolatina como para la cultura gambiana, por poner un solo para de ejemplos. La cultura, pues, es homogénea y única y se manifiesta al mismo tiempo tanto entre toletes como entre licenciados. Los títulos, así como los grandes saberes oficialmente aceptados como tal, son una cosa aparte.
Y, al igual que el ignorante que considera error aquello que no lo es y que defiende a ultranza que tras “Las Palmas” se añada siempre “de Gran Canaria”, aunque su elisión no sea más que un acto pragmático de economía lingüística, yo mismo he salido, puede que con más acierto, a defender y aclarar con fervor el concepto de “cultura”. En consecuencia, ha tenido la desagradable experiencia de comprobar lo equivocados que están muchos licenciados con respecto a su significado; en parte, vamos a ser sinceros, por la parquedad con la que se conduce a veces el diccionario en ciertas voces, a menudo hasta el extremo de confundir a la persona que consulta.
Aun así, lo que yo no me esperaba, aun en el tebeo mayor del reino (La Provincia) era ser testigo de la metedora de pata de un filósofo, profesor y escritor. Confunde, como todos, “cultura” con  “formación”, con el saber que proporciona el estudio; y dice, sin anestesia que “hay un envilecimiento y un decaimiento en el sector cultural” . Eso, respetados lectores, es una majadería; porque la cultura no es un sector, sino que está compuesta de diversos sectores, que no es lo mismo, y esto ha sido así desde los tiempos de los pueblos primitivos.
Podemos, eso sí, dar una cierta supremacía a los valores culturales, pero no podemos ni debemos ignorar que su estatus de “valor” se lo otorga la cultura en la que han nacido, al igual que cualquier acto loable o terrible llevado a cabo por cualquier sociedad es consecuencia de dicho cuerpo de valores.
No quiero irme por las ramas, sino que entiendan qué es lo que he estado criticando a lo largo de lo extenso de este artículo: ¿Cómo es posible que se considere “culto” a aquél que comprende a Otelo y a Mozart y que conoce las fuentes del Miño, así como los destrozos del “Niño”, cuando eso es solo formación, ya sea musical, geográfica o meteorológica?. Y, por extensión, ¿cómo pueden tantos llamar “incultos” a los pueblos primitivos cuando, en todo caso, habrá que llamarlos “incivilizados”?. Y es que, para aclarar ciertas realidades, está el lenguaje, y ese término en particular es más preciso y conlleva una verdad que sí es incuestionable: cultura hay mucha en cualquier pueblo, por muy “atrasado” que éste sea en cuanto a sus opciones económicas; pero, debido a esa y a otras culturas muchas variables, es la formación la que puede brillar o no por su ausencia.
Y si, como dice mi buen amigo Sancho, “la cultura es el arma que tiene el hombre para defenderse en el medio”, ¿por qué no pueden ser sumamente cultos los hombres que descienden abismos para recolectar miel?. Podemos echarles en cara brutalidad, primitivismo, desinformación y nula educación, pero no incultura. Porque llamar inculto a un hombre que conoce su medio a la perfección es un disparate que comete incluso el diccionario al ofrecer una definición impregnada de penetración filosófica.
Ya hemos aclarado que la cultura es cualquier práctica rutinaria de un pueblo en sí independientemente de su nivel educativo, pero ¿es cultura la intelectualidad? ¡No! Porque se alimenta del conocimiento universal; mientras que la cultura, en primera instancia, es local. Así pues, ¿es cultura todo aquello que sobrepasa las fronteras de la costumbre en un lugar geográfico concreto? ¡Tampoco! Porque aquello que va más allá es investigación y ciencia, palabras lo suficientemente autónomas y dignas de ser empleadas como para estar cargando todo el rato la responsabilidad de sus definiciones sobre los hombros del significante “cultura”, injustamente usado como término comodín.
Y como una imagen vale más de mil palabras, permítanme un ejemplo: El historiador universal es un sabio, formado y muy instruido; y, aunque eso no es incompatible con ser culto, si resulta serlo no será gracias a ese conglomerado de conocimientos ajenos a su cultura. Sus congéneres, de hecho, ni siquiera lo entenderán al escucharlo hablar, pues su vocabulario es inteligible para la cultura en la que el mencionado erudito nació y creció. Y créame cuando le digo que, si se encuentra usted en la situación del historiador y reacciona con impavidez ante las dudas naturales de sus iguales en cultura, que no tienen la obligación de entenderlo, tal vez sea una persona educada e instruida, sí, pero, definitivamente, es un inculto.
¡Porque no hay inculto mayor que aquél que desconoce el concepto de cultura – más allá de aquél que define el diccionario – y que, en consecuencia, no la respeta y la infravalora!.
Pero nuestros políticos educadores siguen considerando cultura a aquello que no lo es. Seguramente, en el diccionario mental al que recurren solo se contempla el concepto reducido y simplista de “cultura”, y entenderán como tal el susodicho timple, una ópera, a todo tipo de vulgares poetas verseadores, a escritores que dan grima y a pintores malos con avaricia. En cualquier caso, que sean buenos o malos es lo de menos, porque seguirían sin ser “cultura”. En todo caso, tendrían la justa consideración de productos artísticos de la cultura que los sustenta.
¿Se dan cuenta ahora de la barbaridad que supone llamar “sector” a la cultura cuando la cultura es todo aquello que hace un pueblo desde que se levanta hasta que se acuesta?. De hecho, “cultura es hasta lo que un pueblo sueña”, y soñar lo puede hacer hasta un salvaje aun en su –no tan- limitado medio. Un prohombre u hombre instruido, por su parte, puede ser perfectamente inculto si se aleja de las costumbres de su pueblo y las desdeña.
Por eso, y a modo de conclusión, hago un llamamiento a los filólogos: Que dejen claros los disparates de manganilla de esto de la cultura, y que animen a los lexicógrafos a incluir una o dos acepciones aclaratorias de los usos, ya extendidos en la sociedad, de la palabra “cultura”. Y es que ¿qué clase de instrucción pretenden seguir ofreciendo los educadores si continúan empleando las expresiones “mundo culto” o “gente culta” sin aclarar que, evidentemente, todo culmen o cristalización educativa es producto de una cultura, y no a la inversa?.
Quien a pesar de los razonamientos aquí vertidos siga sin entender qué es la cultura, no tiene arreglo, y le recomendaría una cirugía integral del “motor” que le resuena bajo el cabello. Porque, puesto que la cultura es el arma que tiene el hombre para defenderse de su medio, tal vez le iría bien un cerebro que le permita apreciar la auténtica y legítima cultura humana.
Por eso, presumí una vez de culto, se me enfrentó una inculta y me crucificó. Para ser muy culto no hace falta currículum ninguno, ni haber leído los escritores del Régimen (algunos franquistas recauchutados, siguen escribiendo a favor de negarlo todo, o, en la crónica blanca que ni pincha ni corta). Conociendo el pueblo, su historia, sus paredes, “donde se encuentra cada piedra” y teniendo el conocimiento más amplio posible que permita la inteligencia humana de las demás personas; solamente con eso, que no es poco, se es cultísimo.
Te aconsejo que si tienes que emplear el término cultura, te busques un sinónimo para que no tengas que lidiar con ese toro, que al parecer no es conocido.
¡¡cuidado con decir inculto a alguien alegremente, porque comprobado queda, como se viran las tortillas y con ello puede pasar a ser el inculto usted mismamente!!.



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