Así se vive en "Venezuela 2"

LPDLP. Hace dos meses que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria anunció el inicio de las obras del ARRU de Tamaraceite donde se construirán 84 viviendas nuevas que esperan estar terminadas el próximo año. Sin embargo, todavía queda casi una veintena de familias en la barriada que espera ser realojada antes de que empiece la demolición y que actualmente vive con miedo por los robos que se cometen en los inmuebles que ellos aún habitan.
La barriada de San Juan de Ávila, conocida como la de ´las casas baratas´, está muy lejos del país que gobierna Nicolás Maduro y, sin embargo, sus habitantes se sienten como él. "Esto es Venezuela 2", comentan en una mezcla entre broma y resignación ante la situación que, a día de hoy, muchos se enfrentan. Y es que de los más de 300 residentes de la zona, alrededor de una veintena todavía vive en ella a la espera de ser realojados para que dé comienzo la demolición de los edificios y la posterior construcción de las viviendas de Área de Renovación y Regeneración Urbana (ARRU) de Tamaraceite. Las condiciones en las que lo hacen son, cuanto menos, temerarias. Y es que al hecho de contar con la mayoría de sus pertenencias empaquetadas desde hace meses, cuando les avisaron desde el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria de que se iban a mudar, hay que sumarle la continua amenaza de robo que sufren a diario. "Han tirado ventanas, han arrancado puertas, se han llevado las chapas de los balcones y hasta los contadores de la luz y, todo ello, con nosotros dentro", aseguran a la espera de que todo cambien lo antes posible. Por lo pronto, mañana está previsto que se reúna con ellos el concejal de Urbanismo, Javier Doreste.
Miedo
El zaguán en el que reside África Cordón Santana parece haber salido de una película americana inspirada en el Bronx. La suciedad se acumula en las escaleras en cuyo ascenso aparecen pisos que pueden ser escudriñados desde el rellano porque tal y como habían advertido un grupo de vecinas, carecen de una puerta que los proteja de la indiscreción ajena. A media tarde casi no entra luz, pero todavía hay suficiente como para ver el estado desolador del interior. "A mí me da mucho miedo", confiesa Cordón Santana en el único territorio seguro que parece tener el edificio: su propio hogar. Una casa de poco más de 40 metros cuadrados en las que convive con sus dos hijos, su nuera, su nieto y su marido que está en cama. "Llevamos toda la vida aquí", relata, antes de invitar a pasar a unos desconocidos para mostrarles cómo no miente cuando cuenta que tiene casi todas sus pertenencias embaladas "desde septiembre", especifica. "Tengo los mis muebles nuevos guardados porque aquí ya no los quiero meter", explica mientras señala alguna de las humedades que se han acomodado en las paredes del salón donde ella duerme. "Yo todos los años he pintado y hecho mis reformitas, pero como nos avisaron para la mudanza no he querido hacer nada y al final todavía seguimos aquí", añade para quien también es una problemática la valla que colocaron alrededor de la calle cuando se inició el proceso de obras ya que la enfermera que trata a su esposo tenía problemas para acceder a su vivienda.
Cordón no es la única que se queja sobre este tema. Con indignación, Lidia Esther Montosa Viera recuerda cómo tuvieron que sacar a su madre también enferma en brazos por encima del vallado metálico para poder meterla en una ambulancia tras sufrir una recaída. "Cuando vinieron a ponerla todos los vecinos salimos a impedirlo porque nos encerraron aquí dentro y no podíamos acceder con los coches ni para traer la compra, y hasta los mismo obreros nos dijeron que pensaban que ya no quedaba nadie en estos pisos", apunta Dolores Almeida Marrero, secundada por María Jesús Saavedra Robaina.
Ambas son vecinas del bloque 1 y ambas aguardan la misma suerte, si bien sus casos son distintos. Saavedra, que lleva en el barrio desde 1968, espera poder mudarse a otra vivienda "un poco más arriba", pero no tiene claro poder hacerlo cuando la llamen del Consistorio capitalino porque es propietaria junto a tres hermanos más del piso y "los dos varones no quieren que me beneficie del alquiler social porque lo quieren para ellos". Almeida Marrero, por su parte, lleva diez años, los mismos que tiene la pequeña Yudeyma Mendoza Almeida, en el edificio. En su piso de la cuarta planta, viven también su marido, otros dos hijos y cada quince días, su nieta. "Hace unos días me llamaron para que me fuese a una casa pero dije que no porque está en una zona que no me gusta para la niña y, además, es muy pequeña y somos seis".
La misma postura comparte Mari Jiménez quien, a sus 69 años, no ve oportuno trasladarse a una casa más pequeña que la suya, donde vive desde hace medio siglo. "Me ofrecieron irme aquí al lado, a un piso que han arreglado y que tiene solo dos habitaciones, cuando el mío tiene tres y si hay casas nuevas para unos las tiene que haber para otros y yo no pienso moverme a una vieja". Adoración Díaz Rodríguez, a quien todos llaman cariñosamente Dorita, tampoco está por la labor de irse de su vivienda con tres cuartos a una de menos espacio. "Somos seis, no puedo coger una casa con dos habitaciones porque no cabemos, ¿dónde nos metemos?".
Esa misma pregunta podrá hacérsela Dorita mañana a Javier Doreste, quien comentó ayer que aunque el proceso de realojo se ha ralentizado, se espera que en dos o tres meses todos los vecinos estén reubicados en las casas de alquiler en las que vivirán los dos próximos años antes que hayan finalizado las obras de los 83 hogares nuevos que se construirán en "Venezuela 2" dentro del ARRU de Tamaraceite que se llevará a cabo en dos proyectos presupuestados en más de 6,6 millones de euros. De la demolición del primero se encargará la Constructora San José, mientras que de la cimentación de los edificios lo hará Constuctia Obras e Ingeniería SL. "La primera fase es la única que se verá ralentizada por el realojo, pero no el resto de la obra", apuntó el concejal de Urbanismo. Una situación que se podría haber evitado según los dirigente de la plataforma vecinal Platamaraceite 354, si se hubiese iniciado la reubicación de los residentes de la zona contando con las viviendas suficientes para ello. Y es que entre otras cosas, la puesta en marcha de esta iniciativa por la que llevan luchando en el barrio "desde 2005" se ha traducido en una oleada de robos que se ha extendido por la mayoría de los edificios del Patronato donde han arrancado chapas y ladrillos de los balcones, han arrancado puertas enteras y se han llevado contadores de la luz sin cortarse ni un pelo, aunque varias familias siguen viviendo en los ahora fantasmales portales. "Yo pillé a uno intentando llevarse nuestros cables del agua", cuenta María Jesús Saavedra. Por lo que han optado en su portal en poner un candado al contador. No obstante, el mayor miedo es que les pueda pasar algo ya que a algún vecino se les han metido en la casa. Para evitarlo, han decidido turnarse para vigilar desde las azoteas, ya que la entrada y salida de los maleantes no cesa ni de madrugada. "Mi hijo está obsesionado con cada ruido y yo tengo temor de que le vaya a pasar algo", apunta preocupada Dolores Almeida. Una situación de "constante peligro", también para los menores que se meten a jugar en los bloques, en la que todos coinciden que no pueden seguir viviendo durante mucho más tiempo.

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