Al servicio de los demás

Por: Luis C. García Correa y Gómez

Los católicos tenemos el mandato de Nuestro Señor Jesucristo de ponernos al servicio de los demás. Personalmente, me gusta ampliar el foco, pues entiendo que esta norma sirve para todos, es para todos. Estoy casi seguro que es lo Él quiere.
“Haz bien y no mires a quién”, dice la experiencia.
Quien intenta poner en práctica el refrán, con su honesto comportamiento, tiene una referencia segura: amar al prójimo como a nosotros mismos. Este es el cimiento de la vida del ser humano bueno.
No debemos hacer el bien esperando una compensación, ni un fruto inmediato.
La caridad no pide recompensas, y sin ella no se puede servir a los demás.
Servir a los demás es dar sin esperar nada a cambio. Lo recibiremos con creces en la eternidad, y puede que algo en esta vida.
Nada se pierde cuando se trabaja por el bien de los demás.
El dar, ensancha el corazón y lo hace más joven. Esto deberíamos tenerlo muy presente los mayores, los jubilados, en especial los egoístas y aburridos que se pasan el día esperando sentados a que les llegue la muerte.
El servir, el dar aumenta la capacidad de amar.
El egoísmo empequeñece, limita el beneficio y lo hace pobre, corto y hasta amargo.
Puede resultar paradójico, pero es así: cuanto más damos sin esperar nada a cambio, más nos enriquecemos el alma. El "do ut des" (te doy para que me des) no tiene ningún valor.
La generosidad convierte el "darse" en una necesidad vital.
El corazón que no sabe aportar un bien a los que le rodean, a la sociedad, se incapacita, envejece y muere.
El dar alegra y engrandece el corazón.
San Pablo alentaba a vivir la generosidad con gozo pues “Dios ama al que da con alegría”.
No le es grato a nadie un servicio o una limosna hechos con mala gana o con tristeza.
San Agustín decía: “si das el pan triste, el pan y el premio perdiste”.
Mucho podemos dar en servicio a los demás: bienes económicos, tiempo, compañía, cordialidad, atención etc.
Se trata de poner al servicio de los demás los talentos y medios con que contamos.
Urge remover la conciencia de creyentes y no creyentes. Crear inquietud con el fin de cooperar y facilitar los instrumentos materiales y espirituales necesarios para trabajar como servidores de los demás.
Debemos comprender a los demás aunque los demás no nos comprendan. Querer, aunque nos ignoren. Hacer la vida amable a quienes nos rodean, sin llevar contabilidad de lo hecho, con corazón grande, siempre con rectitud de intención.
El dar no debe causar quebranto ni fatiga, sino íntimo gozo y notar que el corazón se engrandece en todos los actos.
Ser generosos en las mil pequeñas oportunidades diarias.
Amemos al prójimo como a nosotros mismos, y habremos servido a los demás.
Nos habremos enriquecido y habremos repartido el bien, - que también es el nuestro -, para el gozo de ahora y el eterno después. Y habremos dado y recibido  la felicidad por la bendita libertad.
Dichoso aquel que sirve a los demás, será amado por los de aquí y por El de Allá.

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