La Alegría Política. Por Diego Perdomo

La pregunta se queda horas retumbando en la conciencia. Como un despertador amable: mitad caricia, mitad electro-shock. Nueve palabras que nos interpelan de una manera ineludible: "¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?". Por decirlo con Bob Dylan: "La respuesta, amigos, está flotando en el viento"...

La pregunta nos sacude las entrañas porque nos impele a religar dos conceptos que intuíamos antitéticos: el concepto de "Alegría" y el de "Política". ¿Podrá existir tal cosa como una Alegría Política? ¿Sería entonces un cuentito de brujas de La Casta (otro más) que la Política no es más que esa mentira encorbatada e insufriblemente tediosa que puebla nuestros televisores despoblándonos a su vez el alma?  ¿No son lo suficientemente serios los temas de la polis como para que los tratemos con una sonrisa de júbilo indisimulado en el rostro? Demasiadas  preguntas, tal vez. Y quizás la respuesta que buscábamos antes la debamos encontrar en el futuro (flotando, puede que bailando) en lo que Miguel Hernández llamase el "viento del pueblo".

La Alegría: el despliegue colosal de una potencia, de una fuerza encadenada durante demasiado tiempo. La Alegría Política, ese reconocerse en los dolores compartidos, en las esperanzas susurradas, en las humillaciones silenciadas. Ese milagro terrenal que se produce cuando sentimos que el transeúnte con el que nos cruzamos es nuestro hermano. "Caminar entre la gente con el secreto a voces de estar vivo", dijo el poeta.  La Alegría.

El Poder nos quiere tristes. Por mucha carcajada enlatada que nos intente inocular a través de sus subproductos culturales, que nadie se lleve a engaño, la Casta nos quiere resignados, ojerosos, lúgubres. Decía Desmond Tutu que no había nada más difícil que despertar a un hombre que se hace el dormido. ¿O estábamos verdaderamente dormidos? Una cosa es cierta: hemos despertado. Por eso tiemblan.

Ese amable despertar se lo debemos, qué duda cabe, al 15M, del que se cumple el tercer aniversario estos días. Reconozcámoslo públicamente: el movimiento que ocupó las plazas de toda España bajo el lema "no somos mercancías en manos de políticos y banqueros" nos cogió a muchos con el pie cambiado. Por centrarnos en el tema que nos incumbe, un fenómeno que de entrada me produjo mucha perplejidad con respecto a este auténticoacontecimiento (definiendo "acontecimiento" en este contexto como ruptura de la ley de causa y efecto política, llegada de lo imprevisible, devenir-otro de todo un colectivo humano) al que designamos como "15M", fue el carácter festivo que anegaba las manifestaciones que se produjeron en todo el Estado esos días -y en los 3 años subsiguientes-. Independientemente de la gravedad de los actos gubernamentales que se estuviesen denunciando, sin atisbo de olvido de toda la tragedia subterránea que cimbraba los cimientos del consenso social alcanzado en el 78 (hoy ya definitivamente hecho trizas), los manifestantes sonreían, los desconocidos se abrazaban, y hasta los que fuimos de primeras un tanto escépticos a ver qué se cocía en aquella indescifrable cazuela que fue (y sigue siendo) el 15M nos descubríamos con la cara empapada de un llanto irreprimible. Era la Alegría Política, que venía con sus lágrimas de oro a cambiarnos la vida para siempre.

Y en esto llegó Podemos. Y, una vez más, en las asambleas de los círculos, en las pegadas de carteles, en los debates virtuales, en el momento de la redacción de este artículo, el mismo sentimiento inconfundible: la Alegría Política. La tristeza, sin embargo, es madre e hija del aislamiento. Porque --lo escribió John Donne hace ya unos cuantos siglos- "ningún hombre es una isla". Por muchas robinsonadas que nos quieran contar los liberales de ayer y los neoliberales de hoy, la soledad no ha hecho feliz nunca a nadie.

Y a todo esto, sin que nos diésemos cuenta, ensimismados como estábamos en la resignificación de la práctica totalidad de conceptos que conformaban el utillaje retórico con el que habíamos leído la realidad política hasta ese momento, percibimos, con el asombro propio de los felizmente despiertos, que la Alegría se nos acercaba con su manto de luz, guiñándonos el ojo, esperándonos con paciencia. Y entonces aprendimos una lección inolvidable: la Política del futuro será alegre o no será.

¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?


Diego Perdomo, filólogo y miembro del Círculo de PODEMOS en Gran Canaria

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