El pasado

Por: Tomás Galván Montañez

Si algo nos caracteriza a las personas, es nuestra debilidad por abrazar el pasado. El del día de ayer, el la semana pasada, el de hace tres meses o el de hace años. Da igual; para nosotros, no tiene fecha de caducidad. Siempre vuelve. Somos adictos a él. Aunque nos duela, aunque nos machaque.
El peso del pasado no es en sí importante pero su poder de atracción es asombroso. Lo comprobamos a diario. El retal de lo que pasó, o de lo que fuimos, incluso de aquello que dejamos escapar, asoma la cabeza con prepotencia para recordarnos qué ocurrió y cuál fue nuestra actitud ante lo acaecido; su labor es presionar nuestro cuerpo, amarrar el alma y frenar nuestros pies para impedirnos caminar; en definitiva, nos coarta para no superar las situaciones. Nos volvemos sumisos del tiempo y quedamos embebidos por las circunstancias, nos vemos sin fuerzas para darle un portazo y seguir adelante. Creemos, nos autoconvecemos a golpe de latigazos de que hacer eso sería una ofensa imperdonable hacia aquello que fue esencial para formamos como personas, para ser lo que ahora somos.
Quizá esa realidad indiscutible que atestigua que el pasado ha contribuido en nuestro crecimiento, sea la responsable de que no podamos controlar los latidos que nos incitan a saltar al cuello de aquello que fue, y mostrar que, al menos en ocasiones, seguimos con la necesidad de beber un poco de la copa vacía que una vez nos calmó la sed y que ahora no nos pertenece.
Pero eso no es todo; en nuestra singular lucha por caminar hacia adelante sin sucumbir al deseo de mirar atrás, surge otro problema que nos es difícil de asimilar -quizá por orgullo-: sacar el valor necesario para mirar nuestra silueta en el espejo y reconocer que ya esa persona maravillosa, ese trabajo extraordinario, ese momento que nos cautivó, se esfumó con el viento y se perdió entre los días de la vida.
Lo peor de todo no es que le abramos la puerta al pasado, sino que nos gusta hacerlo. Diría, incluso, que le hacemos señas para que nos visite, sin percatarnos de que esa actitud autocompasiva y lastimera, solo nos perjudica y nos impide seguir adelante, conocer otras personas extraordinarias, buscar un trabajo grandioso, vivir momentos felices...
La mayoría de las veces, por no osar a afirmar que siempre, no dar un portazo al pasado, o dejarnos llevar por el momento caído donde daríamos todo y más por beber de la copa que ahora está vacía y es imposible volver a llenar, nos limitamos a no generar presente ni futuro, nos encorcetamos en lo que fue y no caminamos hacia lo que podrá ser.
Es esencial, si queremos caminar por la vida, que cuando el pasado nos llame a la puerta con intención de dañar, de recordar viejas glorias o impedir nuestro avance, cerrar los ojos, respirar hondo, calmarnos y dar un portazo. Sin temor. Es una batalla entre lo que fue y lo que somos. Si logramos enfrentarnos a él con valentía, habremos crecido.

Comentarios

Tino Toron ha dicho que…
Cada vez que te leo, me impresiona tu forma de persar y expresarte siento tan joven, de lo que me alegro por ser un joven de gran valor.
Hoy no puedo pasar por alto este tema que me apasiona, ayer en el pregón de las fiestas a cargo de Dón Luis C Garcia Correa de Gomez hacia alusiones a los jovenes.. y sus valores.
TE FELICITO

Entradas populares