Los elementos necesarios tienen que ser de la humanidad

Por: Luis C. García Correa y Gómez

Nadie es propietario del aire. De la misma manera, el derecho sobre otros elementos vitales para la subsistencia no puede ser exclusivo, ni absoluto. Me refiero al agua, a la habitación digna, a la energía ... Tienen que ser de todos.
La propiedad privada es un bien, porque asegura a los individuos un mínimo de libertad. Es lícito beneficiarse de ella. Sin embargo está hipotecada: su aprovechamiento no puede dejar a un lado las necesidades vitales de todos los miembros de la comunidad. Cuando éstas han quedado cubiertas, el beneficio particular tiene sentido.
Probablemente haya que cambiar muchos comportamientos que afectan a la humanidad en su conjunto, y que, paradójica e incomprensiblemente, ella misma ha permitido.
El ser humano se merece un mundo mejor. El que ahora tenemos es consecuencia de una pasividad cómplice que beneficia a unos pocos, algunos preversos. Pero la situación de esa minoría es cada vez más insostenible e incierta. Nadie aguanta toda la vida tirando piedras contra su propio tejado. Más tarde o más pronto, acaba dándose cuenta de que se está haciendo daño. El único sentido que veo al dolor que hoy padecen tantos es que golpea con fuerza nuestras conciencias. Algunos ya se han despertado. Otros empiezan a hacerlo. Su sentido de responsabilidad social puede transformar la situación y elevarla a la altura que se merece el ser humano.
Somos administradores de un bien que es patrimonio de la Humanidad: el Planeta Azul, un lugar maravilloso, cuyas condiciones han hecho y hacen posible la vida. Está a nuestra disposición, pero no podemos tratarlo caprichosamente. Buen administrador es quien cuida la cosa que recibió y procura mejorarla.  Cuidar la Tierra beneficia a todos los seres humanos que hoy vivimos en ella. Además es una obligación que tenemos con las generaciones futuras. No podemos dejar a nuestros hijos, a nuestros nietos ... un mundo peor que el que  recibimos, y se lo estamos dejando.
Esperar a que las reglas de la buena administración, del orden, del aprovechamiento racional, sean impuestas autoritariamente desde arriba es caer en el paternalismo. La opción es cómoda, pero tiene un precio muy alto: secuestra la libertad y nos priva del poder de decidir lo que nos conviene. Ambas cosas son irrenunciables. No se negocia con ellas.
La libertad no significa  hacer lo que me da la gana, sino hacer lo que puedo hacer sin dañar a un tercero.
La libertad me beneficia y beneficia a mi vecino.
Todo lo esencial, todo lo que es vitalmente necesario, está al servicio del ser humano, afecta al bien común.
Es de sabios rectificar. El tiempo se acaba. Hay que empezar hoy.
¿Cómo? De una manera bien sencilla: si la mayoría se comporta honestamente, impondrá esa manera de proceder.
Viene una generación de jóvenes maravillosos, solidarios, realistas y participativos.
Tenemos que apoyar a esa juventud, para imponer la honestidad y el bien que merecemos.
Acerquemos el futuro al día de hoy. No es una opción altruista, es una necesidad.
Contamos con usted y con su familia. Son imprescindibles. Como lo soy yo.
La participación honesta en la única solución.

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