De colores, de cristales y de miras
Abril
para vivir, vivir para ignorar, pensar para decir; vistos como no principios
(que desde cualquier ángulo se puede mirar) lo que son ensoñaciones esperadas
en futuro, desde la antelación de un tiempo venidero cualquiera, pero no a
cualquier distancia. Las distancias tienen todas su importancia. Los
conocimientos tienen la finalidad de autoabastecimiento personal y solo se
exteriorizan los excedentes, cuando se venden culturalmente, cobrando
emolumentos, o se intercambian memeces, disimulos, huidas, desengaños. Demasiado
absoluta y radical, por predeterminada naturaleza, es la instalación de las
personas en la verdad o la mentira (lo que entra con el capillo sale con la
mortaja, nos recuerda Schopenhauer) los conocimientos a los que un adulto ya
está aferrado, no se le pueden arrancar ni con dinamita.
Vamos
a tratar aquí, primero que nada de la cultura básica, libre, como el arma que
tienen las personas para defenderse en el medio; o los medios de parapetarse
para restar dolor a las continuas lapidaciones y guarecerse de tremendos,
diabólicos chaparrones. Las ensoñaciones requieren dedicación y no son el
pensamiento esquemático de grandísimas diatribas, amplias, que lo son sólo
intuitivas y que tienen que ver con el placer y regocijo personal que llena,
práctica y absolutamente, a pesar de cualquier
gran vacío interior, que en lo que aquí concierne, nada tienen que ver
sus causas (las del vacío interior). La grandeza de esta gran realidad:
aparente locura; estriba en ese llenado introspectivo, en esos aluviones dirigidos
a esas represas, a esos trucos magos, prestidigitadores donde no es totalmente
imprescindible que se produzcan real y verdaderamente. Basta creérselo para
transportarlo a escalas elevadas, merced al diapasón de la conciencia, a
estadio personal. Es donde la conciencia cobra el verdadero valor que sirve a
su amo. Aquí no se disiente de, ni se discute, la ecuanimidad y la
universalidad: (auto alúmbrala el propio ser, en la independencia de criterio
reprimido) y esto considero es, puramente pensar, para lo que es imprescindible
conocer. El pensamiento enferma cuando busca rebasar la nota de aprobado raso
cuando no es capaz; porque no tiene esa mínima masa cognitiva sin la cual el
pensamiento corriente, no genuino, es nulo. Buscar matrículas de honor desde
tan básicas, primitivas tesituras, ya, esto no es pensar, porque solo se puede
hacer tirando del conocimiento previamente establecido; para lo cual hay que
conocer, a pesar de ello esto es trabajar con el pensamiento que es algo,
distinto a pensar para lo que se sigue necesitando conocimiento: nos estamos
refiriendo al pensamiento-conocimiento bruto, quizás el escollo más
significativo aquí: detectar cuando nos estamos refiriendo al
pensamiento-conocimiento bruto, o cuando nos referimos al pensamiento genuino.
Nos esforzaremos (no somos expertos) en ponerlo lo más claro que podamos. El
pensamiento es un discurrir avanzando tranquilo, para lo que necesita
conocimiento,- no nos cansaremos de incidir en este punto- no es nunca una
meta; puesto que las metas las ansían los deseos respecto de los conocimientos,
sensibles o de cualquier tipo. Este reparto de tareas es lo que propicia
interesantes, motivadoras llegadas al pensamiento genuino, -que aquí significa
otro tipo de pensamiento y que se va a diferenciar “del pensamiento del
conocimiento”- interesantes motivadoras llegadas desde, las que tras sosegado
descanso de las etapas de la vida, se vuelve a partir hacia cotas más elevadas,
y esto es seguramente y genuinamente pensar. No se escandalice de mi pretenciosidad
respetado lector. Húndase si acaso, por una lectura introspectiva de relación
entre sus estudios y su penetración psicológica. Debemos siempre preocuparnos
por el punto en que se encuentren nuestros desvelos, de la potencialidad real a
alcanzar con nuestro cerebro: respecto de la formación a que hemos tenido
acceso. La preocupación por vituperar al otro, aunque sea ligerísimamente y
aunque sea solo de pensamiento, es el peor engaño que puede hacerse uno a sí
mismo. Lo digo porque he tenido, a veces, que ponerme a huir de esa tendencia.
Nunca he sido divino.
Antonio Domínguez Herrera.
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