Amar en el atardecer

Por: Luis C. García Correa
Amar es querer apasionadamente. Estar dispuesto a dar la vida por el ser amado. Es soñar despierto con la mayor de las ilusiones y sensaciones.

Dios es amor. Cualquier imitación a Ese Eterno Amor engrandece el alma, eleva el espíritu y llena la vida de contenido.
¡Dichosa/o quien aún en el atardecer de la vida encuentra el amor! Entonces se subliman todos los actos.

La experiencia da unos comportamientos que superan a cualquier otra vivencia más temprana. El amor adquiere más presencia y vivencia.

Querer, amar en los últimos tiempos de la vida, es de tal magnitud, de tal grandeza y de tal apasionamiento, que no hay, ni puede haber, momentos más felices que los que se pueden vivir en esa época y con el ser amado. Y el ser amado recibir el amor sin reservas, sin condiciones, salvo la de ser amado.
Jamás se puede perder la ilusión, no hay, ni debe haber, razón que pueda anular la dicha del amor en el atardecer de la vida.

Que sean estas palabras de aliento, esperanza e ilusión a todo quien quiere, quiere querer o quiere que le quieran, porque también le querrán.

Querer es la antesala del amor, amar es el palacio del querer.
Querer-amar, amar-querer, son únicas e irrepetibles; vivencias anheladas; y experiencias eternas.
Ruego a Padre Dios dé – en todas las edades – la dicha del amor. Del Suyo para conseguir la feliz eternidad, y el terrenal para llenar la vida de alegría, belleza, y contenido.
Amar es vivir, y vivir debe ser amar. Y en todas las épocas de la vida.

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