La Misericordia


Por Luis García Correa

San Pablo llama a Dios “Padre de las misericordias”, por su infinita compasión, y porque nos ama entrañablemente. Su misericordia es eterna, inmensa y universal. Y la tiene con todos y cada uno de nosotros.
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. ¡Ojalá la tengamos con nuestros hermanos los hombres y con nuestra madre Naturaleza!
¿Qué daño nos ha hecho la Naturaleza para que la ataquemos sin compasión y sin misericordia, en todos los frentes? ¡Si es nuestro hábitat, nuestro medio natural!
¿Realmente sabemos que la necesitamos, que dependemos de ella?
Cuando seamos compasivos y misericordiosos, viviremos en el paraíso que nos corresponde, que está en medio de la Naturaleza.
Al tratar a nuestros hermanos y a la Naturaleza deberíamos recordar que: “con la medida con que midiereis seréis medidos”.
Proporción, no igualdad, porque la bondad de Padre Dios desborda todas nuestras medidas.
Si nos endurecemos ante la crisis y las flaquezas ajenas, por falta de misericordia, se nos estrechará la puerta de entrada al Cielo.
La misericordia debe de estar por encima de la justicia.
La plenitud de la justicia es la misericordia.
Se necesita ejercer la justicia para ejercitar la misericordia.
Perdonar con prontitud los agravios, ayudar
La falta de misericordia genera opresión. Los sistemas de dominio de los más débiles por los más fuertes se consolidan cuando falta la misericordia. La falta de misericordia provoca un estado de lucha permanente. El inmisericorde es rencoroso. Y el rencor es el combustible de la confrontación.
La justicia no basta para mantener la vida familiar, la convivencia en las empresas, ni tampoco la vida comunitaria. La justicia tiene que ser moldeada por la misericordia.
Por muy justas que sean las relaciones humanas, si no hay misericordia no hay auténtica virtud de la justicia.
La misericordia es tener compasión con los demás, es compartir sus desdichas materiales o espirituales.
La misericordia es el camino para llegar a la felicidad terrenal y eterna.
La máxima misericordia es dejarse tomar por Padre Dios, abandonarse a su justicia y benevolencia infinitas.
Un corazón misericordioso está lleno de alegría y de paz.
San Agustín dice que la misericordia es el lustre del alma, la enriquece y la hace aparecer buena y hermosa.
Misericordia quiero tener, misericordia quisiera dar y misericordia quisiera recibir. Sin ella no hay paz ni felicidad. Y tampoco hay libertad.


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