Llega 2013. ¡Qué Dios nos coja confesados!

Por: Jesús Vega Mesa
www.parroquiasdearinaga.com 

Cuando éramos pequeños, al menos en mi tiempo, al salir de casa o ir de viaje  era costumbre pedir “la bendición” al padre y a la madre. Y pedir la bendición era una especie de garantía que daba mucha tranquilidad a quien la pedía y a quien la daba. Y aunque parezca una costumbre trasnochada, he podido comprobar que todavía hay bastantes niños y adolescentes que siguen solicitando la bendición de sus padres para salir de su casa o para emprender alguna tarea “arriesgada” como un examen… Tal vez en muchas familias se ha perdido esta costumbre porque resulta  fácil y cómodo renunciar a lo antiguo como si fuera sinónimo de malo.
Dar la bendición es, sencillamente,  desear el bien. No es patrimonio de los cristianos pues tiene validez para todas las personas. Los creyentes, además, piden a Dios protección para la persona que lo solicita.  Por eso la madre, el padrino o el abuelo, a la solicitud de bendición respondían a veces haciendo  un gesto cariñoso como poner la mano en la cabeza y decir: Que Dios te bendiga.  La costumbre de bendecir está ya en la Biblia, en el antiguo Testamento. El libro de los Números explica una forma bonita de desear el bien: “Que el Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
En mi infancia era normal que, al ver a un sacerdote por la calle, los niños  se acercaran a pedirle la bendición. Hoy, en una sociedad más secularizada, muchos siguen pidiendo la bendición pero con otros términos: Deséame suerte, que mañana tengo un examen. O creyendo en algo mucho más difícil que creer en Dios. Recibes en el móvil , por ejemplo, un mensaje  diciendo que  si lo  envías a diez personas  vas conseguir no sé cuánto dinero y suerte  en casi todo. O, peor todavía, hay quienes ponen su confianza en  un charlatán que en la televisión adivina tus problemas y, sobre la marcha, encuentra la solución. Todo, claro está, previo pago de una llamada a precio de oro.
El año 2013 está aquí al lado. Y viene difícil según todos los indicios. Puede uno intentar que no sea tan malo invocando a Rajoy o a Paulino Rivero, cosa de la que no me fío en absoluto. O atragantándose con uvas y deseos, que es una mezcla absurda. O sencillamente  uniendo voluntades, oración y buenos deseos pidiendo que Dios y nuestros seres queridos nos bendigan, que nos deseen el bien.  Yo me apunto a esta última.
Amigos lectores, que en este nuevo año el Señor les bendiga y les proteja, se fije en ustedes y les  conceda vivir en  paz. Porque si no, como me recordaba Mario hace unos días, que Dios nos coja confesados.


Comentarios

Sergio Naranjo ha dicho que…
Pues por mi parte, Suso, ha sido una bendición volver a leerte.

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