Carta al Viento: El Seminario Ayer y Hoy
Por: Jesús Vega Mesa |
Hace unos quince días, cuarenta y pico
años después de habernos conocido en el Seminario Diocesano, un grupo de
más de treinta ex alumnos, casi todos con sus esposas, nos reunimos para cenar
juntos. Como ocurre siempre en encuentros semejantes, alguien trae las fotos
que ayudan a las comparaciones y a las risas y anécdotas de todo tipo.
-¿Te acuerdas, Pepecho, dice Silverio, cuando me mordiste la oreja…?
¡Todavía me queda aquí la cicatriz!
Y otro, con la misma cara de pillo de cuando tenía 13 o 14 años: ¿Y se
acuerdan de la vez que nos escapamos del seminario para ir al cine y no se
enteró ninguno de los curas porque ya
habíamos cuidado todos los detalles para entrar y salir del edificio de Tafira
sin que nadie se percatara?
Este encuentro, comentaba más tarde Quico, un ex seminarista de
Ingenio, “fue algo entrañable. Los
recuerdos avivaron como el agua de un manantial. Mis compañeros (¡que viejos
estaban, coño!),todos con alegría, aquellos abrazos de hermanos, que sin querer
parecíamos decir “nos necesitamos”. Nunca olvidaré esa gran familia del Seminario por tantas y
tantas cosas que me dio a cambio de nada.”
Entre la concurrencia, varios hombres de la política, empresarios,
trabajadores de la construcción, comerciantes, educadores, empleados en medios
de comunicación y tres curas. Todos con una historia común durante dos o cinco
o diez años. Y todos con el mismo discurso: El Seminario me fue útil. Si no
hubiera sido por él no habría podido estudiar pues mis padres no tenían medios
económicos. Fue la “Universidad de los pobres”. Los valores que me inculcaron
me han servido para la vida ….
¿Y el seminario de ahora?
El seminario de ahora es diferente,
claro que sí. Ya no hace falta escaparse para ir al cine ni nadie le muerde la
oreja a otro. Pero los valores perennes del evangelio siguen siendo sus
pilares. Como hace cuarenta o cincuenta años. La mayoría de los que ahora
entran al centro diocesano ya tienen iniciados o acabados los estudios
universitarios. Pero también hay muchachitos de 12 o quince años que acuden
muchos fines de semana al Seminario Menor y allí alimentan su posible vocación
o fortalecen y animan los valores cristianos. Entre unos y otros son
veintisiete los jóvenes que están
viviendo el día a día del seminario, también ahora cargado de risas y anécdotas
y vivencias imborrables. Salvador Santana, rector del Seminario, invita “a seguir trabajando con esmero la
pastoral vocacional en todas sus dimensiones teniendo en cuenta que el Espíritu
Santo nunca nos va a fallar”. No, no nos
falló hace cuarenta o cincuenta años y ahora seguro que tampoco. Porque lo
importante es aprender a servir en el campo que sea. Como cura, como maestro,
como periodista o camarero en un restaurante.
Y en ese sentido, el Seminario fue y sigue siendo una buena escuela. El
próximo fin de semana se celebra el Día del Seminario y ha elegido un lema muy
clarificador: “Sé de quién me he fiado”.
Los chicos que hoy conviven en el
Seminario llegarán a ser curas o no. Y a pesar de la falta de sacerdotes, uno
tiene que alegrarse si de allí salen, simplemente, personas
con ganas de trabajar por una sociedad más justa, donde la honradez, la
generosidad y el respeto, sean valores
normales en la vida. Algún día, tal vez dentro de cuarenta años, irán también a
cenar juntos, se verán calvos, viejos y con una barriguita destacada. Y volverán a repetir que el Seminario fue la
escuela que les ayudó a ser felices y a ayudar a que otros también lo fueran un
poco más. Y que los caminos del Señor son muchos, pero todos están construidos de
generosidad y llegan al mismo sitio. Lo
dijo Pablo a Timoteo (2ª Tim. 1, 12): No me avergüenzo “pues sé de quien me he
fiado”.
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