No juzgues y no serás juzgado

Por: Luis C. García Correa y Gómez

Un gran amigo me ha hecho pensar y reflexionar mucho sobre esta frase: “NO JUZGUES Y NO SERÁS JUZGADO”,
Creo que con frecuencia podemos caer en este enorme error de juzgar sin motivo, y causar un grave daño. Por ello reflexionemos, lo que deseo hacer con la humildad de que sea capaz.
La humildad de reconocer nuestras muchas deudas para con Dios y para con los hombres nos debe ayudar a perdonar y a disculpar a los demás.
No confundiendo disculpar con justificar.
Los católicos lo tenemos claro: Si miramos todo lo que Dios nos ha perdonado, nos daremos cuenta de lo mucho que debemos perdonar a los demás.
No juzgar, y menos en los pequeños agravios, a los que siempre debemos quitarles importancia, y a ser posible hacerlo con elegancia humana. Nuestra vida se vuelve más alegre y serena, y no sufrimos por pequeñeces.
San Josemaria Escrivá de Balaguer nos dijo: ¿Hemos de comprender a todos, convivir con todos, y disculpar a todos, hemos de perdonar a todos?
Por supuesto, no digamos que lo injusto es justo, que lo malo es bueno.
Ahoguemos el mal en el mar de la abundancia del bien.
Aprendamos a no juzgar las intenciones íntimas de las personas.
Nos podemos confundir porque sólo percibimos unas pocas manifestaciones externas, que pueden ocultar  los verdaderos motivos de su actuar.
San Bernardo nos dice: ¿Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior?
Excusemos la intención, si no podemos o no debemos excusar la acción.
¿Cuántas cosas hacemos por ignorancia, por sorpresa o por debilidad?
Y cuando el hecho es tan evidente, digamos para nuestros adentros: la tentación habrá  sido muy fuerte.
¿Cuánto errores cometemos en la convivencia diaria? La mayoría de poca importancia, por dejarnos llevar por juicios o sospechas infundadas.
San Josemaría afirmaba ¿mientras interpretes con mala fe las intenciones ajenas, no tienes derecho a exigir compresión para ti mismo?
La compresión nos debe servir para vivir amablemente abiertos hacia los demás, sabiendo encontrar la parte de bondad que hay siempre en todos nosotros.
La humildad nos hace comprender. Sin ella se ven las faltas de los demás aumentadas y disminuimos las nuestras.
La humildad nos hace objetivos, pudiendo vivir el respeto y compresión, surgiendo fácil la disculpa a los defectos ajenos. Y no nos escandalizamos.
Nos hace ver que podemos cometer los más graves pecados, como cualquier otro humano.
Sin confundir con la justificación, no juzguemos y no seremos juzgados, y la paz estará con nosotros, y la habremos repartido.

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