¿Por qué no somos siempre iguales?

Por Luis C. García Correa
¡Qué triste cuando un ser querido no es cómo creíamos que era!
Lo malo no es que no era cómo se creía, sino el haber estado equivocado.
Me explico: si mi comportamiento no responde a lo esperado, debería ser por una causa lógica y, si me apuran, hasta necesaria; lo malo es cuando no soy igual porque no soy honesto, o porque no soy sincero.
Entonces la realidad se sobrepone a la tristeza, convirtiéndola en amargura. Depende del cariño y unión que existía.
Todos cambiamos, normalmente para mejorar. Es lo lógico y natural.
Todos debemos luchar por tratar de ser, cada día, mejores. Cuesta, pero debe ser la meta y la norma.
La meta final debería ser querer ser santos.
Santo no es el que no cae. No. Santo es el que siempre se levanta, y trata de ser mejor.
Ser distinto a lo que nos creían no es malo, es una realidad.
Malo es serlo para lo malo. Bueno es serlo para lo bueno.
Debemos disculpar y ser disculpados continuamente. Y siempre por amor.
Puede que nos apartemos del camino correcto. La santidad consiste en volver al camino debido, pidiendo perdón.
Anatema al malo que quiere seguir siéndolo.
Querer es creer. Creer en el ser querido, en el amigo y en el conocido. También en el no conocido.
Siempre la presunción de inocencia, hasta que no se demuestra lo contrario.
Y cuando se demuestra lo contrario..., rezar, rezar para que el interesado o la interesada cambien.
Tratemos de ser lo que siempre hemos sido, luchando por mejorar cada día.
Cuando fallemos, pidamos perdón a Dios y a los hombres. Y volvamos a ser lo que éramos.
Nunca caer y quedarse en el hoyo. No, nunca. Hay que estar dispuestos a salir y a mejorar siempre.
Pedir perdón y esperar el perdón. Si no nos lo dan, peligro, el mal es mayor del esperado. Entonces rezar aún más.
Lo normal es perdonar.
Quien perdona reconforta el alma de quien le ha ofendido y reconforta su alma. Ambos se llenan de alegría, la reparten y ambos renacen.
Bendito sea quien volvió a ser como creíamos que era, porque lo era. Ambos nos llenaremos de alegría, de paz y de ilusión. Volveremos a tener la unión que nunca debió debilitarse o desaparecer. Y el amor crecerá como corresponde a los seres humanos buenos que se quieren y se admiran.
Volvamos a ser lo que éramos: santos, y la paz brillará dándonos la felicidad que nos corresponde, la que habremos repartido y ganado.
Seamos siempre iguales, porque tratamos de ser santos, esto es: personas que siempre se levantan.

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